viernes, 6 de marzo de 2009

Las Reses de Esther Ramón


El último premio El ojo crítico de Radio Nacional de España distinguió dos libros: Reses, de Esther Ramón, y 120 páginas sin lluvia, de Francisco José Sevilla.
Sinceramente, creo que no hay color entre uno y otro. Porque, mientras que en el del segundo resultan demasiado evidentes las deudas con voces como las de Juan Carlos Mestre (quien, además, firma el prólogo), el de la primera sí es un poemario original e intenso. De lo mejor que he leído en los últimos meses.Valga este poema como ejemplo.


En medio de antiguas tumbas,
unas grandes, otras pequeñas,
existe una senda
para el ganado y las ovejas.

Bai Juyi
Soy la mano que sacrifica reses
— - —

En el vertedero de caballos todo esta listo para
la representación.
Encendieron las luces de emergencia y nadie sabía
si los que corrían querían salir o venían llegando.
(En realidad estaban detenidos.)
Ignoraban el humo, pero su estilizado rostro azul sonreía
a los presentes.
Se habían reunido allí para estudiar los cuerpos.
Un carpintero había fabricado siete grandes camillas
de madera. Iban a cubrirse con enorme sábanas.
Esto es obra de un demente. Alguien le hizo callar.
Los de las batas blancas se adelantaron.
Heridas de cortes desiguales. Los ayudantes anotaban cada
detalle y los más virtuosos insertaban dibujos entre las letras.
Los dos primeros animales lucían exactas mutilaciones.
El demente había concebido gemelos. Luego individuos
únicos.
Todos los caballos eran tordos menos uno blanco
que parecía intacto. Pero siguieron la costura. Los órganos
estaban descolocados. Era un orden incomprensible
en que el corazón y los riñones se apretaban en la garganta.
La luna adelgazaba aquella noche en que algunos hombres
se reunieron en un hangar, mientras los demás dormían.
Después de taparlos decidieron iniciar las diligencias.
El sospechoso podía ser un joven pálido, empleado
en un matadero. O un maquinista. O el conductor
de un circo itinerante.
Para velarlos dispusieron sillas polvorientas. Apagaron
las luces y los cristales del techo se abrieron como ojos
en blanco.
Sus pensamientos tomaron senderos diferentes pero
todos cabalgaban en el mismo bosque, saltaban obstáculos
inverosímiles, inventaban nombres para calmar
a sus monturas.

Fue sencillo como una obra de arte
El agujero exacto
El que estaba trazado
Dejé que los carros se despeñaran
y al acabar ya no había caballos
(relinchos
deshaciéndose
entre madejas de lana
y el rictus del telar
del círculo paciente


No hay comentarios:

Publicar un comentario